En cuanto a lo musical fue un paseo por distintos ritmos: rock, tango, murga, híbrido bien popular, de lo más enraizado en esta región. La ejecución, de una precisión y complejidad descollante. Por momentos fue grato tan solo lanzarse a pasear por los paisajes sonoros que creaban los músicos. Por momentos bajar y subirse al colectivo de las letras y saltar, empujando la voz y purgando emociones.
La comunidad callejeros se autodefine, se autoconvoca, y se entrega de lleno a recibir y amplificar un mensaje que va mas allá de lo musical. Enmarcado en este medio, riguroso y preciso, pero que contiene algo mas profundo, de grupalidad y resistencia al sinsentido de la opresión. La banda carga con una historia trágica, que aún continua procesando. Según me dijo uno de los callejeros seguidores de la banda a la salida: “El Pato todavía no es lo que era, lo fui a ver a Villa Maria cuando recién salia de la cárcel y no quería cantar, apenas pisó el escenario. Ahora está mucho mejor pero se le nota que le cuesta bastante”.
Hay un periplo que ha vivido esta banda junto a su gente, que le da una profundidad poco habitual. Una conexión consciente y emocional, que se manifiesta en los recitales pero que se une mucho antes en la vida misma de los músicos y quienes los siguen a los recitales. Esta amalgama empuja al crecimiento de público y es así que el contagio no necesita de grandes operaciones de publicidad.