Divididos

Fotografías: Facundo Bertones

Crónica: Pedro Gonzáles

8 de agosto

Sitio


Previo al anunciado próximo disco de la banda, después de 16 años sin publicar un álbum, Divididos llegó a Montevideo y dio cátedra. Catriel Ciavarella (45), Diego Arnedo (71) y Ricardo Mollo (67) son la aplanadora del rock argentino, que este pasado viernes dejó otra huella en Uruguay.

San Saltarín, sencillo de 2023, y Cabalgata Deportiva, de 2020, son algunas de las canciones que podrían estar incluidas en su próximo disco, pero no formaron parte del repertorio de 27 temas que los músicos argentinos desparramaron en suelo uruguayo. Sobrio a las piñas y Quién se ha tomado todo el vino fueron el punto de partida. Desde entonces, el rock vibró bajo la carpa de Sitio, en el Velódromo.

Uno de los momentos más emocionantes de la noche fue el que compartieron con músicos locales. Para interpretar la canción Puntos cardinales, escrita por Carmen Pi —incluida en el disco de Laura Canoura La mariposa monarca, grabado en Buenos Aires en julio de 2024—, se sumaron al escenario Laura Canoura y el guitarrista Juan Pablo Chapital, quien también participó de la grabación.

“Unos meses atrás recibí un llamado hermoso de una cantante que me invita a cantar una canción, para mí de las más lindas que escuché últimamente. Así que grabamos y hoy estamos en su tierra, la de ustedes, la de ella. Les quiero presentar a Laura Canoura y a Juan Pablo Chapital, que es un guitarrista, gran guitarrista uruguayo, el Chapa, no sé si lo conocen”, anunció Ricardo Mollo, antes de revelar su presencia en el escenario.

Una ovación los recibió. Se sentaron los tres en unas banquetas, Chapital al medio con su guitarra, mientras el “Cóndor” Arnedo le dio un descanso al bajo, se sentó frente al bombo legüero y, juntos, nos embarcaron en un viaje a lo más hondo de nuestra identidad rioplatense. Un deleite de voces criollas mezclándose en el aire del Parque Batlle, diseminando ecos desde lo más profundo de unas raíces que nos hermanan. Montaña, charcos, barro, botas al andar... fueron las imágenes que se despertaron en mi interior. Canoura y Mollo cantando juntos te desconectan de la materialidad; la mente se apaga y se encienden emociones que aprovechan para manifestarse como en una exhalación postergada que finalmente emerge, necesaria.

La cantante uruguaya se despidió agradecida: “Me voy muy emocionada”, dijo, y le dio un abrazo a cada uno de los integrantes de la banda. Mollo la despidió entre bromas: “Pero queda el guitarrista”, sentenció. El Chapa se quedó y siguió tocando; su intervención fue tan sublime que generó una especie de contrapunto Uruguay–Argentina, propiciado por el público, que vio representada su uruguayez y apoyó fervientemente a uno de sus guitarristas más virtuosos.




Otros invitados se sumaron a la fiesta más tarde. “El signore Román Tancone”, presentó Mollo. Tancone, técnico de escenario de la banda, en ocasiones asciende a baterista. “Tenemos un nuevo bajista —nuevo pero usado—”, bromeó Mollo, y fue Catriel el encargado de colgarse la de cuatro cuerdas. Luego presentó al Cóndor como armonicista y arrancaron con El burrito, que cayó detrás de los clásicos Sisters y Par mil.

Cerca de las diez y media de la noche, los músicos dejaron el escenario unos minutos para realizar ajustes técnicos y de vestuario. Mollo preguntó: “¿Qué prefieren, salir a comprar o salir a asustar?”, en referencia a dos temas del disco La era de la boludez. Al primer riff de Salir a comprar, notó algo raro y cambió de guitarra. Después estalló este temazo, de velocidades estratosféricas, que desliza una letra áspera, abierta, un desafío interpretativo para la filología del futuro:

Vegetariano inmigrante es de facto

Bolsillo canta en el pañal meado

Justicia y miedo, asa'o y arroz pa' dentro

Me dejo el cuerpo en esta curda

Ya sabemos, somos tres, el otro viene después

Slip de líder pero virtual gambeta

Volcar de pibe y al moretón de grande

Un refucilo, cochero y Hansen

Salir a comprar




Después se vino Salir a asustar y una de Sumo, Crua Chan. La emoción recorrió el interior de todos los que veíamos un pedazo de historia emerger. Al terminar, el Cóndor lanzó un beso al cielo, para Luca.

Entre los homenajes hubo también uno para Pappo’s Blues, con Sucio y desprolijo. Mollo, mirando al público, dijo: “Qué lindo cruzar el charco y encontrar gente así”. El pogo no descansaba y llegaron Rasputín / Hey Jude, Paraguay (del disco Acariciar lo áspero). Un solo de guitarra preparó el ambiente para El 38. El pogo no admitía tregua, aunque Ala delta dio un breve respiro.

Pero aún quedaban los himnos: Qué tal / La rubia tarada y Nextweek. El cansancio, el sudor y el paso del tiempo anunciaban el final, que inexorable llegó. Volaron púas, palos y hasta un champión de Catriel, como ofrendas al público.

Alternando canciones propias con homenajes a Sumo, Pappo’s Blues, Jimi Hendrix y La Pesada, y con invitados de lujo, Divididos emocionó, deslumbró y regaló una clase magistral sobre la potencialidad de los tríos. La autenticidad y veracidad de esta banda que vive en el presente y no escatima energía sobre el escenario se apagó en la noche montevideana, dejando una confirmación: Divididos es, está y hay para rato.

Grupos de amigos de distintas generaciones se hicieron visibles al encenderse las luces, en un público satisfecho que inmortalizaba en fotos una noche destinada a convertirse en uno de esos recuerdos que se atesoran y se cuentan.

A la salida, entre charlas, cigarrillos, porros y cervezas de bajada, entre el merchandising y los puestos de comida —con gritos de “¡A los panchos, a los panchos!” y “¡Cerveza fría!”—, el zumbido de los generadores eléctricos y algún disco de la banda sonando para atraer clientes, se iba apagando la amalgama propiciada por Divididos, unida por el removedor de conciencias y catártico rock and roll.

Cuatro Cuarenta