Una ovación los recibió. Se sentaron los tres en unas banquetas, Chapital al medio con su guitarra, mientras el “Cóndor” Arnedo le dio un descanso al bajo, se sentó frente al bombo legüero y, juntos, nos embarcaron en un viaje a lo más hondo de nuestra identidad rioplatense. Un deleite de voces criollas mezclándose en el aire del Parque Batlle, diseminando ecos desde lo más profundo de unas raíces que nos hermanan. Montaña, charcos, barro, botas al andar... fueron las imágenes que se despertaron en mi interior. Canoura y Mollo cantando juntos te desconectan de la materialidad; la mente se apaga y se encienden emociones que aprovechan para manifestarse como en una exhalación postergada que finalmente emerge, necesaria.
La cantante uruguaya se despidió agradecida: “Me voy muy emocionada”, dijo, y le dio un abrazo a cada uno de los integrantes de la banda. Mollo la despidió entre bromas: “Pero queda el guitarrista”, sentenció. El Chapa se quedó y siguió tocando; su intervención fue tan sublime que generó una especie de contrapunto Uruguay–Argentina, propiciado por el público, que vio representada su uruguayez y apoyó fervientemente a uno de sus guitarristas más virtuosos.