Comenzando agosto y en medio de una noche amigable de invierno, que no interpeló a la mente con argumentos de cuidados especiales ante un clima invernal poco amable para esperar en la calle, llegó el argentino Lisandro Aristimuño a tierras montevideanas. La Sala del Museo del Carnaval fue el lugar elegido para la fiesta de la música que venía a proponer el cantautor de la Patagonia.
A las 20 horas, una cola serpenteaba sobre la calle lateral de la Sala, siendo engullida lentamente por las puertas ya abiertas a medida que avanzaba. Una media hora más tarde, en el escenario erguido para Aristimuño, apareció una chica con su guitarra colgada, pelo lacio como recién lavado cayendo sobre el rostro, de vestuario poco pretencioso y con intenciones de cantar algunas de sus canciones. Se presentó como Martina Lanzaro y dijo estar agradecida porque cantar sus canciones frente a un público “es algo siempre lindo”.